Niñez centroamericana buscando refugio

 

Escrita por autora invitada Natalia del Cid

 

Vivir en Centroamérica es un reto diario. Vivir no es el término correcto. Sobrevivir es lo más adecuado si hablamos de niños, niñas y adolescentes en condiciones de pobreza, que los vuelve vulnerables y migrantes potenciales. Convivir con homicidios múltiples no es agradable. Entiendes, además, que el próximo crimen puede afectarte a ti, a tu familia, a tu barrio.

 

Las pandillas en Centroamérica son grupos criminales (clasificadas en agosto de 2015 como terroristas en El Salvador por la Corte Suprema de Justicia) que se dedican a la extorsionar empresas medianas y pequeñas, además de narcomenudeo. Se formaron en barrios latinos de Los Ángeles, California en los años ochenta, y luego muchos de sus líderes fueron deportados a Centroamérica en los años noventa. Regresaron a un entorno de pobreza generalizada, desempleo y exclusión social.

 

Vivir en Centroamérica es un reto diario. Vivir no es el término correcto. Sobrevivir es lo más adecuado…

 

Las sociedades y los gobiernos centroamericanos no entendieron a estos jóvenes, reaccionando con violencia ante sus costumbres. Las pandillas se fortalecieron en la marginalidad de los barrios pobres, caldos de cultivo abandonados por el Estado. Decenios después, esas pandillas se fortalecen con reclutamientos forzados de jóvenes pobres, generalmente de hogares descompuestos. Se dedican ya no sólo a extorsionar y al narcomenudeo, sino que también aterrorizan los centros escolares públicos, obligando a otros niños a cometer actos delictivos, donde los profesores también temen por sus vidas ante la violencia ejercida por pandilleros. Esas pandillas son conocidas en Centroamérica como maras.

 

Cada noche, muchos niños centroamericanos duermen por última vez en su cama. Saben que al día siguiente empezarán un largo camino, a veces acompañados por amigos o familiares, pero muchas veces solos. Sin nadie. Así huyen los niños de Centroamérica. Escapan de la violencia diaria, que cada vez aumenta. No quieren ser el próximo niño reclutado por las maras. No quieren ser novias de mareros. No quieren terminar su vida ni en la cárcel, ni en el cementerio.

El miedo más grande de los niños es quedarse en Centroamérica.

 

 

La pesadilla de los niños refugiados centroamericanos no es el viaje. Tampoco es México. El miedo más grande de los niños es quedarse en Centroamérica. Ese istmo tan violento que expulsa miles de sus habitantes cada año. Es flujo que crece y se intensifica con la violencia. Es una ruta de sobrevivencia que se practica desde hace décadas: la migración. Los niños centroamericanos huyen por sus vidas porque saben que en sus comunidades de origen corren mucho peligro. Algunos son testigos de crímenes, otros no quieren formar parte de grupos delictivos. Otros, simplemente, extrañan a sus padres.

 

Esos familiares que, con tanto sacrificio, ahorran un poco de sus ingresos como trabajadores indocumentados en Estados Unidos. Para mantener a sus hijos en Centroamérica. Para ayudarlos a sobrevivir esa pobreza cotidiana, insuperable. Para mantener sus vínculos familiares. Para que sus propios hijos no los olviden como padres, proveedores. Pero los niños no olvidan. Ellos, simplemente, quieren abrazar a sus padres nuevamente.

 

¿Cómo es posible privar a niños centroamericanos de su libertad si no han cometido ningún delito?

 

¿Qué pasará con los niños cuando salgan de Centroamérica? ¿Recibirán protección y refugio en otros países? ¿Cómo ayudarlos a llegar a sus padres, a sobrevivir la violencia de Centroamérica? ¿Por qué son detenidos los niños centroamericanos en México y Estados Unidos? ¿Cómo es posible privar a niños centroamericanos de su libertad si no han cometido ningún delito? ¿No es más caro mantener a niños centroamericanos detenidos que darles protección y refugio? ¿Qué tipo de sociedad detiene a niños que huyen de violencia?

 

Foto por: Ivan Castaneira (Twitter: @i_chido)

 

Este verano, un niño salvadoreño de once años falleció en su intento de cruzar el desierto entre México y Estados Unidos. No fue una muerte natural estrictamente. Las causas son mucho más profundas: desde la violencia que lo obligó a huir de su casa, barrio y país de origen; la pobreza de sus familiares; la persecución que sufrió en México como migrante; y la desesperación de sus padres que los llevó a enviar a su hijo a huir por un desierto. Si no queremos encontrar más cadáveres infantiles en el desierto de nuestra indiferencia, lo correcto es no detenerlos, ni perseguirlos, ni devolverlos a sus peligrosas comunidades de origen. Lo correcto es darles posada.

 

 

NATALIA DEL CID, salvadoreña, es investigadora y defensora de migrantes centroamericanos en México. Es co-editora del sitio web Migration Systems e investigadora asociada del Instituto Centroamericano de Estudios Sociales y Desarrollo (INCEDES). También ha participado en las Caravanas de Madres Centroamericanas que Buscan a sus Hijos Migrantes Desaparecidos en México. Puedes seguir el trabajo de Natalia en Twitter: @delcidnatalia