Niñez migrante: la población más vulnerable

Por Dora Nely Morales Porres

Fotografía Andremar Galván, cortesía Colectivo de Apoyo para Personas migrantes, COAMI A.C.

 

Trabajar con la población que migra es una situación muy difícil, sobre todo a nivel emocional. Poco a poco te vas involucrando aunque no lo quieras, y cuando descubres que gran parte de esa población son adolescentes, hay algo dentro que te activa, que te hace preguntarte qué puedes hacer; y de repente, no sólo ves a los adolescentes, detrás de ellos ves a niños, cada vez más pequeños que también se aventuran en el viaje.

Los niños en su mayoría vienen no acompañados, es decir, es cierto que dicen que es su padre, su madre, su tía, su primo o el ‘pollero’, pero estos “cuidadores” vienen concentrados en otro tipo de problemáticas que los afectan por igual, pero se descuida mucho la parte emocional de los niños. Se cree que ellos, por ser niños no se dan cuenta de lo que pasa alrededor.

Y cuando hay una situación de detención, a los niños se les aísla en caso de que sus cuidadores no presenten documentos probatorios de ser familiares directos.

Esto trae diferentes consecuencias, destacan los síntomas relacionados con ansiedad, depresión, regresión en el desarrollo, enuresis, entre otras. Estas consecuencias crean en el niño un temor generalizado, desconfianza hacia los adultos, sentimiento de abandono y soledad.

“Yo no puedo platicar con los otros, los grandes ni nos escuchan, ni les importamos, se enojan cuando lloramos. Pero es que yo no puedo dejar de llorar. A veces me pego en la panza, porque debo dejar de llorar, así ellos ya no te regañan. Nos dicen que no seamos chillones, que debemos crecer. Yo extraño a mi mamá, ella está en Estados Unidos, pero ya no voy a llegar con ella otra vez”. Niño, 9 años, 2011.

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Además, los centros de detención son demasiado fríos, ellos tienen que soportar los maltratos, dormir en el suelo que es demasiado frío, muchos de ellos se enferman, la comida también es fría y la forma en que les hablan, es helada.

“A veces en diciembre, en mi pueblo cae aguanieve, hace harto frío que te rechinan los dientes. Pero en la estación, el frío se siente más, no te dan ni una cobija. Yo me imaginaba como en las caricaturas en las que los dibujos están adentro del hielo, eso sentía, me enfermé pero no te hacen caso” Niña, 11 años, 2014.

El maltrato que sufren a veces desencadena una serie de comportamientos agresivos, que a su vez tienen consecuencias “disciplinarias” que de nuevo caen en un maltrato. Es decir que se crea un círculo de violencia, del cual no es fácil escapar.

Un niño tiene derecho a desarrollarse, crecer, tener espacios de juego, pero los niños migrantes están obligados a crecer rápido, a “madurar” y comportarse como adultos, a ser responsables de sus actos y en caso necesario pagar por ellos.

Los niños migrantes tiene mucho miedo, de perderse, de ser lastimados, de no encontrar a su familia, de ser detenidos, de ser deportados, de ser violados, de ser vendidos, lo peor es que ellos no pueden hablar, ellos no tienen voz, ellos no son escuchados, ellos no decidieron migrar, los obligaron a migrar.

Los testimonios fueron tomados en el albergue de Lechería y en las vías del tren en Bojay en el año que remite la autora.

 

Dora Nely Morales Porres es psicóloga, colabora en Médicos Sin Fronteras en el proyecto “Trasnmigrantes”, especialista en atención psicológica para personas migrantes y voluntaria en el albergue Casa Tochán.
Disfruta de las caminatas por la tarde y bailar como manera de liberar tensiones relacionadas a su quehacer profesional.